"No es feliz quien hace lo que quiere, sino quien quiere lo que hace" - Jean-Paul Sartre

domingo, 26 de agosto de 2012

FERNANDO VII: EL RETORNO DEL ABSOLUTISMO ESPAÑOL (1814-1833)

Fernando VII
El retorno del absolutismo a España a manos de Fernando VII en 1814, tras el fin de la contienda conocida como la Guerra de la Independencia (1808-1814), en la que se enfrentaron diversas naciones dentro de la Península Ibérica (por un lado España, Portugal y Gran Bretaña, por el otro la poderosa maquinaria militar de Napoleón, Francia), significó un regreso a la situación anterior al conflicto, pero con unos importantes matices. Fernando VII sabía que jamás podría retroceder en el tiempo como él deseaba y muchos ultra-absolutistas así se lo pedían, ya que la España que abandonara no era la misma que cuando volvió. Había pasado por una guerra costosa, había sido influenciada por nuevas ideas y la burguesía empezaba a imponer su poder e intereses, tal como lo hacía en el resto de la Europa más desarrollada.

El Antiguo Régimen se consumía como una vela en un vendaval llamado Liberalismo; el Rey podía controlar el timón para que se mantuviera cierto equilibrio, pero no actuó de tal forma: en vez de eso, negando la convocatoria a Cortes que le solicitaba el sector liberal, reunió una camarilla alrededor suyo para gobernar, lo que aparte de enfadar a los burgueses liberales, también puso en su contra a los más intransigentes y conservadores, que optaron por acercarse al hermano del Rey, Carlos María Isidro.

Fernando VII inició una persecución sin cuartel de los liberales, que no dudaron en exiliarse a países como Inglaterra. Muchos de ellos se les conoce como "doceañistas", por ser creadores o seguidores de la Constitución de 1812, la "Pepa", y muchos aceptarán un liberalismo inglés más conservador. Llegarán a pensar que la Constitución de 1812 era demasiada avanzada para España; moderan sus posiciones y matizan los principios de la Constitución, haciéndola completamente conservadora. Aceptarán aliarse con las clases altas y no dar protagonismo a la masa. A favor de ellos estará la relajación en la persecución a partir de 1817. Sin esperar a un nuevo cambio, responden con una mejor organización, como las sociedades secretas (ej. la masonería politizada), difundiendo sus ideas por toda España. Estarán apoyados por el ejército, muy influido por los sucesos de la Guerra de la Independencia, en especial por las guerrillas y la destrucción del ejército regular, además de la introducción de gentes de la burguesía y las clases medias en puestos militares importantes, antaño sólo ocupados por nobles. Personajes como Espoz y Mina llegaron a generales. Fernando VII tuvo que aceptar estas transformaciones, precisamente porque fueron los militares los que en parte pidieron su vuelta.

Rafael de Riego
El ejército, como ya se ha comentado en el párrafo anterior, fue un motor para el liberalismo en España. Protagonizó varios levantamientos que fracasaron frente al propio ejército real. Sin embargo, en 1820, y con razón de embarcar rumbo a las Américas para luchar contra los independentistas de las colonias de ultramar, triunfa en Cádiz el teniente coronel Riego, que convence a muchos soldados y termina por vencer al ejército del Rey. Por toda España se unen a la causa, iniciándose el Trienio Liberal (1820-1823). Fernando VII, obligado por las circunstancias, firma la Constitución de 1812, la primera y única vez que se aplicaría. Su poder se vio reducido en gran medida, pero no dejó de entorpecer el buen funcionamiento de la política.

El Trienio Liberal no significó que España saliera de su crisis, una crisis que arrastraba desde antes incluso de la Guerra de la Independencia, agravada por la misma. La situación del país era desastrosa, y unida a la pérdida de las colonias americanas, entrará en una profunda quiebra económica. El Rey intentó paliar esto eligiendo a un liberal, Martín de Garay, lo que enfadó a las clases altas y forzó su fracaso. La consecuencia directa de la crisis fue que España pasara a la categoría de segundos países, a pesar de haber sido la primera que había vencido al emperador Napoleón.

Durante el Trienio Liberal se fueron fraguando dos "partidos" o grupos liberales: los moderados o "doceañistas" y los radicales. Los moderados y los radicales se enfrentaban constantemente, lo que el Rey, que jamás había estado de acuerdo con los liberales, aprovechó para conspirar. Aparecerán grupos armados a favor del absolutismo, que desestabilizan aún más la frágil España. El Trienio Liberal será cortado de raíz por la intervención militar de 1823. Aprobado por los países más fuertes de Europa (Gran Bretaña, Francia, Prusia, Rusia y Austria, aunque sería Francia quien propusiera tal acción), los mismos que acercaron posturas en el Congreso de Viena (1815) para mantener un equilibrio de poder en el continente, hacía a Francia la responsable de enviar un ejército para restaurar a Fernando VII como rey absolutista. La marcha de los Cien Mil Hijos de San Luis (60.000 franceses y 30.000 españoles de las partidas absolutistas), literalmente "se paseó" por España, y situó al Rey en su lugar predilecto. El teniente coronel Riego será ahorcado y decapitado en público.

El fin del Trienio Liberal dio paso a la Década Ominosa (1823-1833), la última etapa del reinado de Fernando VII. Pese a su nombre, no fue una década tan terrible para España. Sí volvió la gran persecución de los liberales, que toman de nuevo la decisión de exiliarse a Inglaterra. El monarca retoma su tarea con una camarilla de amigos para gobernar, aunque flexibiliza su postura nombrando varios ministros liberales, con idea de solucionar la bancarrota del país. Se proponen proyectos de renovación fiscal que no agradan a los privilegiados. Un sector absolutista se opone a la política de Fernando VII. Este sector está liderado por Carlos María Isidro. Son los absolutistas más "radicales", intransigentes, apostólicos e integristas, que se enfrentan al grupo de absolutistas moderados que hicieron posible la transición al liberalismo español.

Las ideas que chocan, la economía en apuros... y un nuevo problema: la cuestión dinástica. La hija de Fernando VII, Isabel, no podía suceder a su padre por la antigua Ley Sálica, que impedía que una mujer fuera heredera. Se publica por petición del Rey la Pragmática Sanción, que suprime la Ley Sálica, permitiendo a Isabel ser reina. Carlos María exige entonces reponer la Ley Sálica porque es él que por derecho debería suceder a Fernando, pero éste se niega, incluso estando enfermo de gravedad. María Cristina, la mujer de Fernando, se alía con los liberales, consciente de que se avecina una tormenta. En 1833 muere Fernando y María Cristina pasa a ser la regente hasta la mayoría de edad de Isabel. Carlos María no lo acepta. Da comienzo a la primera Guerra Carlista.



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